lunes, 14 de noviembre de 2022


SÁLVESE QUIÉN PUEDA: "EL ENCARGADO"

 En Argentina hace ochenta años una ley permitió ser propietario de una fracción de localización habitacional en un terreno común. Esto permitió un crecimiento de los edificios de altura que, como en tantas otras grandes ciudades del mundo, le cambiaron drásticamente el perfil de gran aldea que supo ser Buenos Aires un par de siglos antes.

Los viejos “porteros” de las famosas “casas de renta” devinieron así en trabajadores con nuevos roles: los “encargados”. La suma de propietarios constituyeron los “Consejos de administración” para manejar los intereses comunes con criterio democrático. Consejo y Encargado pasaron a constituir desde entonces dos entidades en permanente tensión, con funciones casi siempre en discusión, un tema interesante según los grupos humanos y las crisis externas tan habituales en el medio económico argento.

Cohn y Duprat, una dupla creativa particular (deambulando a veces por la televisión, el cine, la literatura y ahora por el streaming), con el auspicio multideseado de Disney se detuvo en esta riquísima contradicción: la de los edificios de convivencia multitudinaria.
¡Y qué mejor que poder pergeñar así una de las más negras comedias del mundo del “entertainment” nativo!

Francella, un maduro actor de origen académico, ya demostró hasta el hartazgo sus dotes de versatilidad en todas las direcciones que se le propusieran, y esta elección del dúo directriz no se equivocó: puede hacer todo lo que le propongan.

El casting general refuerza constantemente el acierto de las elecciones. Cualquiera que viva en un apartamento porteño puede reconocerse y reconocer los estereotipos reflejados, desde el leguleyo garca hasta los niños, adolescentes y ancianos.

En la Argentina de las generaciones pasadas, los diversos niveles de censura ejercida desde el poder pintaron las realidades artísticas de una manera que pegó fuerte en el gusto de la clase media. Es común leer a través de las redes expresiones de oposición al lenguaje actual de los medios, o la excesiva libertad de opinión o manifestaciones públicas. Cuando debimos padecer dictaduras militares, se prohibía la manifestación en cine o tv de cuestiones delictivas o “inmorales” para que no resultaran así una muestra indebida de conductas nacionales.

Esta manera de considerar la ficción como inexorable espejo de la realidad, no rige ya en los parámetros argentinos, pero han quedado resabios en ciertos espectadores que creen ver en un guión como éste la exhibición de un “modelo real”, algo primitivo e ingenuo que lleva a críticas desde sindicales hasta de posiciones en críticos profesionales.

Si bien es “ficción”, hay una fuerte lectura de la realidad consorcista de este tipo de forma de vida. Detallo:

1) En Buenos Aires hay una “corrida” inmobiliaria que afecta sobre todo a los propietarios de apartamentos más antiguos y suntuosos, que se van desvalorizando a medida que carecen de los agregados infraestructurales de las construcciones más modernas que sí poseen múltiples cocheras, salones para eventos, piscinas, parques, salones con juegos, parrillas, gimnasios. La probable construcción de una piscina en la terraza tiende a conformar a los habitantes de un lujoso edificio brutalista de la década de los 60, para no “ver disminuido el valor de su propiedad”.

2) Las “expensas” mensuales que tratan de cubrir los gastos comunes de los condominios suelen ser afectadas mes a mes por las distintas crisis inflacionarias algo habituales en un medio económico tan especial como lo es el argentino. Los administradores tratan permanentemente de controlar costos que, sin embargo se ven afectados por el deterioro natural que sufren los componentes de un edificio. Y no es ficción que una de las salidas para el famoso “bajar costos” sea la supresión de los gastos que trae aparejado la función del encargado, y su remplazo por un servicio externo de limpieza y mantenimiento.

3) Las “reuniones de consorcio” son un modelo de típica regulación democrática con componentes que suelen desconfiar de todo, inclusive hasta de la democracia. Por lo tanto se generan discusiones eternas y de dimensiones a veces colosales. Los directores no han todavía utilizado este costado tan rico del acervo urbano, tal vez reservado para sacarle el jugo en futuras temporadas.

4) En general, está muy bien reflejado el “corte de clases” impuesto en estos edificios de gente pudiente, que diferencian las zonas de circulación con la excusa de ser “zonas de servicio” (en la serie los palieres con entradas auxiliares revestidas de azulejos azules), y que bien remarca uno de los propietarios al señalar que las mucamas deben necesariamente circular por los elevadores asignados para tal fin. Nada de esto es ficción, suelen ser cuestiones respaldadas hasta por un reglamento interno.

5) El panorama de vivir unos al lado de otros sin conocerse es una curiosidad urbana suficientemente rica como para explotarla al elegir un tema de ficción. Los cruces que se generan son casi inverosímiles. Las funciones de los encargados, que forman o no parte de estos grupos familiares son una fuente inagotable de sucesos cuyas anécdotas de ser recogidas abarcarían muchos tomos en cualquier biblioteca o (en términos más actuales) varias temporadas para cualquier serie.

En síntesis, Cohn y Duprat siguen perfeccionando su cruel lectura de la realidad de una sociedad individualista y cruel, con ribetes absolutamente contradictorios en el ejercicio de valores que se creen sagrados como los del amor, la amistad o la familia y la derivación real de situaciones cuasi delictivas que las ponen en tela de juicio permanente.

“El encargado” muestra los niveles de perfección a los que han logrado arribar luego de sus divertidísimos precedentes en el ejercicio de las artes.

El encargado del edificio vecino al de Eliseo, frente a las ventajas conseguidas por su colega, intenta aconsejarle con “No te confundas, vos no sos uno de ellos: nunca vas a ser uno de ellos”. Esto y algunas líneas de diálogo por el estilo han sido detectados por algunos críticos como el intento de reflejo en la serie de una hipotética “lucha de clases”. No sé si lo es, pero no me digan que, como en el uso del ascensor de servicio no son escenas habituales en estos lugares de gente con intenciones de vida suntuosa.

 

sábado, 4 de diciembre de 2021

 


NO FUI YO, FUE MI CELU

Google y Android son casi lo mismo, y suponen que me interesa recordarme todos los recorridos geográficos que hice, mes a mes. Y me manda un mail con el mapa y los lugares por donde anduve, algo muy chimentero que hasta ilustra con fotos de los lugares que visité. No es una decisión unilateral, ya que siempre me aclara que yo activé un tal “historial de ubicaciones” que lo autorizó a recordar todo lo que hice el mes pasado.

Esto suele ser muy aburrido porque no soy un playboy, a lo sumo visito el supermercado, médicos o nietos. Y durante la cuarentena fueron recorridos aún más parcos.

Hasta que el mes pasado el celular se me deslizó del bolsillo mientras circulaba en un taxi. El taxista, un tipo muy considerado, se comunicó conmigo y me tranquilizó: él era de La Plata y si bien al día siguiente era su día de descanso, me propuso acercarlo a mi casa recién un día después. Me ofreció, mientras tanto, mantenerlo cargado. Así pude, dos días después, reencontrarme con mi celular.

Ahora el nuevo mail que me manda Google me muestra cómo sería si mi vida fuera menos monótona y más activa. Según él, he desayunado, almorzado, merendado y cenado en los lugares más remotos y por mí desconocidos. Claro, porque el algoritmo conectado al GPS que gobierna mi celular, presupuso que todos los recorridos del taxi ¡eran míos! Y refuerza el servicio mencionando los lugares.

El que “no es un robot” soy yo, no mi celu.

jueves, 2 de septiembre de 2021

 PREGUNTAME LA VIDA DE UN TIRÓN

 


El mundo de las encuestas es bastante complejo y discutible, pero ha otorgado fundamento al crecimiento de determinadas disciplinas de investigación, desde la óptica de la ciencia humana recostada en la aplicación de principios científicos obtenidos de la estadística, y basada en los censos.

Si bien las encuestas o sus ensayos similares provienen de antes, la explosión de determinadas tendencias en la posguerra de la segunda guerra mundial incrementó su uso, sobre todo a partir de su aplicación en el marketing.

En la segunda mitad de la década del 40, muchas fábricas dirigidas a realizar producción armamental y logística beligerante, retomaron o iniciaron la producción “para la paz” como solían autodenominarse.

Y comenzaron a aparecer productos que antes no existían y estaban destinados a ofrecerse como “necesarios”. Esto pasó con todos los nuevos artilugios hoy conocidos como artefactos de confort hogareños, desde heladeras, cocinas a gas o enceradoras, hasta motocicletas, lavarropas o televisores.

El quid de la cuestión era cómo incorporar a la mente del futuro consumidor ese valor de “necesario”. Los equipos de ventas eran lanzados a la calle como el nuevo “ejército de paz” que tocaban el timbre de los hogares para ofrecer los productos que la gente “todavía” no los disfrutaba.

Pero la pregunta clave sería cómo orientar la publicidad para lograr manipular el sentimiento que volcaría masivamente al consumo. ¡Pues conociendo qué pasaba por la cabeza de la gente! Pero conocerlo sería una tarea enorme, mucho más onerosa que imaginarla. Así que intentarían crear algo intermedio entre la creatividad del investigador y los poderosos datos ciertos de poder conocer datos profundos a nivel censal. Y la respuesta estaría ahí nomás: las encuestas que aseguraban representatividad a través de explicaciones más o menos científicas: ¡las muestras representativas del universo!

No es intención de este escrito explicar cómo se lograría esta intención aparentemente seria. Hay textos que no sólo lo fundamentan, sino que sirve para que luego lo pongan en práctica los que en el futuro vivan de la profesión.

En términos de conocer las coordenadas profundas de la “mente del consumidor” no interesa al fin y al cabo la opinión generalizada, sino la del consumidor elegido, lo que en inglés se denomina “target” que traducido algo peyorativamente podríamos considerar “blanco” del tiro al blanco, “dar de lleno en el corazón de quién debemos convencer de comprarnos”, un típico objetivo de venta.

Don Draper, el publicitario protagonista de la serie Mad Men explica qué es lo que debe producir la publicidad, y es despertar en quien la consulta la idea del logro de la “felicidad”. Tal vez sea por eso que en los anuncios todos sonríen, ríen o expresan goce total. Ese es el propósito final que despierta, desde luego, el consumo del producto o servicio que se anuncia.

Pero un instrumento que ha sido usado hasta el cansancio para descubrir las intimidades de la mente para instar al consumo, tarde o temprano iría a servir al otro servicio importantísimo: la política en cualquiera de sus formas, se trate de una democracia o una dictadura.

Cuando a mucha gente indecisa se le explica cuáles son las tendencias con las cuáles podría sentirse “ganador”, tal vez es más posible volcarlo a una decisión final coherente con el indudable resultado de las encuestas. Y este parecería ser el interesante uso en la política. Veamos este ejemplo, extraído de la versión televisiva de un relato literario.

La escena se desarrolla en el comedor de un político conservador inglés, en una cena a la que invitan a una prestigiosa encuestadora.

- ¿Son necesarias las “encuestas de opinión”? ¿Es lo que usted realiza, no?

- Son necesarias porque a la gente les interesan los resultados, creen en ellas y las consideran.

- Pero los resultados no siempre parecen reflejar en algo la realidad…

- Si me contrata, yo puedo conseguirle los resultados que usted quiera. Por eso soy tan solicitada habitualmente.

- (dirigiéndose al anfitrión) ¡Contrátala, entonces!

(Extraído de la versión británica de “House of Cards”, Episodio 1 de la temporada 2, BBC, 1993.)

 

 

 


martes, 14 de marzo de 2017


LA VIOLENCIA PRIMITIVA Y LA DIVISIÓN DE GÉNEROS

Me preguntaban qué sentí la primera vez que disparé con un arma. Y yo no sentí nada en especial, porque toda mi vida me habían educado para disparar con armas como algo natural por mi género.
Es que no podría asegurar cuál fue la primera vez que disparé, o mejor dicho “que me obligaron culturalmente a disparar”.

No es un juego de palabras. Creemos vivir en paz, pero somos educados en la violencia.
¿Fue la primera vez cuando -a los 15 años- el sistema educativo me impulsó a concurrir al Tiro Federal a cumplir las “condiciones de tiro” que, en épocas que había colimba debían atravesar los estudiantes secundarios varones? ¿O fue cuando mi vecino Chiche me permitió operar su rifle de aire comprimido para matar palomas, allá por los 11 años?

Claro, matar palomas no era tan terrible, para un chico que desde mucho antes desarrolló destreza con la honda que le había construido su papi para abatir gorriones.

Es que tomar un fusil Mauser con sus cuatro kilos, sostenerlo rígido y hacer puntería, para un esmirriado muchachito no representaba tanto, cuando su primer arma de juguete había llegado a su vida en tiempo inmemoriales. La rutina por entonces, en cuanto a regalos infantiles, estaba signada por una división tajante: deportes y guerra para varones, muñecas y cocina para nenas.

Esa división había permitido acumular en mi casa desde revólveres, soldaditos de plomo, y rifles, hasta guantes de box, puching ball y pelotas de fútbol. Todos símbolos expresivos de violencia, competencia e ideas de triunfo como única expresión de crecimiento “sano”. Los juegos llevaban siempre la idea implícita de un triunfo frente a un perdedor, y pasaban por entretenimientos infantiles ineludibles como el del “policía y el ladrón”.

Decir “te mato” apuntando a un amigo en un juego representativo eran rutina diaria, en plena época del fin de una “guerra mundial”, que ya por entonces atravesaba la nueva fase de “guerra fría”. El diálogo habitual de los mayores estaba surcado por conceptos como “bomba atómica” o “guerra nuclear”, que eran temas de preocupación diaria.

Los fines de semana, ir al cine orientado al público preadolescente, era encontrarse con las “seriales” repletas de violencia, y westerns con características naturales a simple vista: todos los “cowboys” lucen sus armas a cada lado de su cintura. Mejor dicho: lo importante no es que las luzcan: ¡las usan! Y en 1951, cuando nos asombró la llegada de la televisión, la violencia llegó como un alud: no solo a través de los noticieros, sino en ciclos como Patrulla de Caminos, Cisco Kid o La ley del revólver.
Sin dudas, somos una sociedad violenta desde siempre. En la cual estamos involucrados aún sin darnos cuenta. Yo estoy seguro de que no era intención de ninguno de mis parientes que en cada cumpleaños me aportaban tantos signos de gran violencia, transformarme en un tipo que usara armas para matar gente. Más bien sucedía que no podían eludir ese mandato social interno que les llevaba a preguntarse “¿y qué le vas a regalar a un varón? O una pelota, o una pistola.”

Y todo esto a cuento de los mandatos ineludibles que han llevado a la encrucijada al otro sector: el de las mujeres, que hoy deben luchar para quedar mejor posicionadas tras una tradición que con las muñecas las predeterminó a la crianza, y con la vajilla le marcó el camino de la pasividad y la cultura hogareña.

Y a manera de ilustración, quiero acompañar esta interesante reflexión que pueden encontrar en http://palermotour.com.ar/noticias_2007/nota219_barbie.htm :


Mi nombre es Nicolás, y tengo 4 años. Les escribo a través de mi mamá porque soy chiquito y no sé escribir. Pero sí pensar y hablar. Por primera vez me discriminaron y me apagaron un sueño, no sólo a mí sino a mi hermana Carolina. 
Mi hermana y yo vinimos a Argentina para visitar a nuestra familia, y también porque queríamos visitar la casita de Barbie, y poder concretar un sueño. Pero cuando llegamos y quisimos entrar, no me dejaron porque soy nene. Mi mamá dijo que eso era una discriminación sexual, y pidió que me lo explicasen a mí, ya que yo no entiendo esas frases. Nadie me explicó nada concreto. A nadie le importó vernos llorar. 
En Suecia, donde nosotros nacimos y vivimos, los nenes también jugamos con muñecas y con carritos de bebés. Tanto en el jardincito como en casa, nos enseñan la igualdad entre las nenas y los nenes. ¿Por qué en Argentina es diferente? ¿Ustedes me podrían explicar, ya que la gente de "Barbie store" no lo hizo?.”

jueves, 20 de octubre de 2016

NO ES COSA DE HOMBRES, ES COSA DE MUJERES


Ahora que ya se sabe que las cuestiones de género son construcciones meramente culturales, es que se puede hablar públicamente de todo esto. Y sostenerlo, reconocerlo o como aquí, escribirlo.

Es el momento. Y para eso, permítanme ilustrar con un caso personal. Cuando en la década del sesenta me casé por primera vez, mi suegro sufrió un shock, espantado por lo que le había contado su mujer: “tu hija es afortunada, tuvo mejor suerte que yo, su marido no sólo la ayuda con las cosas de la casa, sino que ayer lo sorprendí cambiándole los pañales a la nena”.

Fue el momento en que aquel hombre (apenas superándose del golpe narcisista recibido al hacerlo abuelo siendo apenas un cuarentón) buscó charlar conmigo a solas. Me preguntó por el tema, y yo le dije lo que pensaba “con tu hija armamos la pareja así: de a dos, como considerábamos mejor, y estamos mejor así”. Creo que lo abrumaba mi seguridad, y su comentario lo mostró algo decepcionado. Agregó “nosotros estamos para cosas más importantes, no podemos perder el tiempo en esas cosas”. Y conste que mi suegro era un intelectual, un hombre que había logrado una buena posición social y podía acceder a una visión más inteligente y renovada de su realidad circundante. Pero la cáscara cultural machista le impedía ver el panorama completo, y aunque se tratara de su propia hija, su inserción en el propio género lo volcaba a creer a pie juntillas que los hombres estábamos hechos así, para “cosas más importantes”.

Pero, aún transcurridos ya más de cincuenta años de esa vieja anécdota personal, pienso que gran parte de esa cultura machista sobrevive como un desagradable lastre (una verdadera y más que tangible “pesada herencia” social), que sufren las mujeres con sus familias, parejas, empleadores y hasta eventuales participantes sociales.

Si bien la consigna “ni una menos” refiere al tremendo acto de la violenta desaparición física de las mujeres, todos sabemos o intuimos que el hecho de fondo que se pone en tela de juicio es el sostenimiento en el tiempo del papel secundario que le obligan a asumir a las mujeres en términos de su inserción social (sumisión, discriminación laboral, malos tratos).

lunes, 17 de octubre de 2016

DÉJENNOS GOBERNAR: ¿VUELVEN EL SUSHI Y LA PIZZA CON CHAMPAGNE?

No es que pensemos que la superficialidad, el chusmerío, la vanidad y otras lindezas por el estilo se hayan inventado ahora. Desde hace mucho, toda una prensa vulgar se solaza brindándole a sus lectores la fantasía de ese mundo “mejor” que es más caro, más poco accesible, pero rutilante y divertido. Desde varias publicaciones donde la gráfica es lo más importante, revela el lado más vano de una sociedad que desea ser vista como realmente no es.
A principios del siglo pasado, publicaciones como “Atlántida” o “El Hogar” hacían acceder al público masivo el exhibicionismo de las clases altas, sus privilegios y oropeles con descripciones detalladas, algo a lo que esos mismos lectores nunca tendrían acceso.
Con el inclaudicable avance del tiempo, no sólo la sociedad cambió, también los seguidores de publicaciones de tales características. La pionera “Hola!”, una publicación española enfocada a seguir con cámaras a los representantes de las noblezas europeas, quienes accedían a incorporar a sus reuniones al resto de lo que se podría llamar “comunidad VIP”: literatos, actores y cantantes, y prominentes empresarios y políticos. Algo así como una nueva elite con similares gustos.
Andando el siglo 20, y con el crecimiento de una clase media que toma a estos representantes como sus modelos a emular (con la fantasía siempre cultivada de algún día vivir mezclado entre ellos), fueron creciendo publicaciones con pretensiones, de alto precio y con la necesidad de alcanzar a un mercado de buen poder adquisitivo.
El modelo mayor estaba alrededor de revista de gran calidad, con colaboradores prestigiosos originados en la mejor literatura, y el ejemplo siempre pasaba entre las norteamericanas “The New Yorker”, “Life” y “Playboy”, o las europeas de modas al estilo “Vogue” o “Elle”.
En Argentina los intentos fueron muchos y con bastante éxito. En los 60 creció una prensa de cierta calidad en lo gráfico, como “Gente”, “Siete Días” , “Panorama”, “Adán”, o algo más tarde “La Semana”. Pero el tono de lo que sería el mejor periodismo futuro arrancaba en las aventuras de Jacobo Timerman, con “Primera Plana”, “Confirmado” y “La Opinión”. A su sombra, y con menos resonancia, crecieron publicaciones como “Somos”, “Extra” y algunas otras. Pero esta nueva generación de periodismo, muy calcadas de experiencias estadounidenses como “Time” y “Newsweek”, ya se enfocaba a lo que los sociólogos sostenían con su lupa: la nueva generación de “los ejecutivos”, una elite que crecía para alimentar toda una nueva serie caprichosa que pasaba por gustos y pretensiones más bien caras, lo que se suele llamar “consumo ostensible”, esa manera de adquirir bienes superfluos, por el sólo hecho de poder hacerlo.
Un análisis de esas publicaciones, descubre de inmediato una publicidad que no se encuentra habitualmente: turismo de lujo, joyas, ropa y calzado de diseño, propiedades lujosas, hoteles de cinco estrellas, restaurants gourmet, vinos y licores caros. En fin: aquello que al lector puede trasladarlo a imaginarse en qué mundo viviría si tuviera varios miles de millones de pesos.
En esa línea editorial, trabajan una serie de publicaciones que deben complementar toda esa publicidad con algo escrito que justifique su existencia, es decir contar qué es vivir mejor en una sociedad como la que uno vive. Es la ventanita a la que accede toda señora urbana que, en su peluquería fácilmente puede leer revistas como “Hola!”, “Gente” o “Caras”.  Y esa es la línea –aunque más dirigida al verdadero mundo empresario- fue creada “Clase Ejecutiva”, que advierte desde su título cuál es la fantasía que cultiva. Una publicación en la que el lector se entera cuáles son los relojes pulsera que debe usar, los bancos de los cuales hacerse cliente, champagnes y vinos “más finos”, arsenal tecnológico más fiable, líneas aéreas en las que trasladarse, perfumes, moda y accesorios más convenientes. Y, claro, las notas que justifican la impresión deben llenar las ansiedades del mundo selecto de tal “clase ejecutiva”, sin embargo ajena a cualquier “lucha de clases” que en el mundo pudiera existir…

Desde el placard: PARA FRIGERIO, LA PINTA N0 ES L0 DE MENOS 

EL TRAJE ES COSA DEL PASADO. Y TAMBIÉN LOS CODIGOS DE VESTIMENTA QUE RIGIERON EL GUARDARROPAS TÍPICO DEL FUNCIONARIO PÚBLICO. CON EL CAMBIO DE CICLO POLÍTICO, UN NUEVO PARADIGMA DE ESTILO INDUMENTARIO SE IMPONE. Y SU REFERENTE ES EL MINISTRO DEL INTERIOR, OBRAS PÚBLICAS Y VIVIENDA. SABE SACAR PARTIDO DE SU CONDICIÓN DE FACHERO, TÍTULO QUE LE DISPUTA A MARCOS PEÑA.

POR LORENA PÉREZ, autora de www.blocdemoda.com




Una barba a lo Don Johnson caracterizado como Sonny Crockett en la ochentosa serie televisiva División Miami; tonos pastel para las camisas y lealtad al gris para enmarcar los looks en pantalón y ambo. Así podría resumirse el aspecto de Rogelio Frigerio, el economista de 46 años a cargo del estratégico Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda. Hijo del también político Octavio Frigerio y nieto del dirigente emblemático del desarrollismo en la Argentina, de quien es homónimo, el funcionario ha jurado absoluta fidelidad al combo de blazer y camisa desabrochada que podría señalarse como el uniforme oficial del plantel masculino del gobierno de Mauricio Macri.
En la función privada, Frigerio dirigió una consultora económico-financiera y fue asesor de las Naciones Unidas y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Comenzó su carrera en el sector público durante el gobierno de Carlos Menem, como secretario de Programación Económica del Ministerio de Economía, que por entonces comandaba Roque Fernández. Más tarde, en 2011, fue legislador porteño por el PRO y presidente del Banco Ciudad de Buenos Aires entre 2013 y 2015. A través de ese intenso recorrido, sus preferencias indumentarias prácticamente no variaron. Por eso, no desentona en la arena política actual.
Así, su estilo puede definirse como disperso, sin mucha más convicción que la de lucir el uniforme que en el imaginario social se vincula con el physique du rol del hombre de negocios promedio para, entonces, acoplarse a la imagen que se presume debe tener un funcionario público de Cambiemos con alta exposición mediática. Eso explica que, tantas veces, se mimetice con su habitual compañero de conferencias en Casa Rosada, el jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña, a quien le “disputa” el puesto de más fachero.
Otro de los puntos en los que coincide con sus pares es en cómo luce y se comunica a través de las redes sociales. En sus perfiles de Twitter y Facebook se muestra siempre en situación de hacer. Reunido con empresarios, formulando anuncios oficiales o posando con ‘la gente’, Frigerio aparece, invariablemente, con el primer botón de su camisa pastel desabrochado, en un look operativo que se completa con suéter o blazer según la necesidad de informalizar o no la actividad de referencia.
Su repertorio cotidiano admite los trajes azules en abundancia, las corbatas en colores oscuros y las camisas blancas o a cuadros discretos. Pero es el ambo gris combinado con camisa celeste el outfit que más lo representa y, por ende, proclama su estilo. En ese conjunto previsible se destacan los zapatos, cuyo omnipresente beige, en el contexto de una paleta de colores acotada, no hace más que aportar sofisticación a su asumida condición de pintón.
Ya en clave decididamente informal, el guardarropas del ministro incluye jeans, un recurrente abrigo de lana que le resuelve amplias posibilidades de uso y, llamativamente, la campera inflable Ultra Light Down que popularizara el empresario kirchnerista Lázaro Baez en su raid judicial y es furor este invierno en las calles de Buenos Aires.
Más allá de las señas del vestir de Frigerio, licenciado en Economía especializado en Planificación y Desarrollo Económico, su sello más personal son sus canas que, en un peinado con raya al costado nada innovador, sí encuentran en el movimiento del flequillo una marca personal.



#FrigerioStyle

ʘ Es fiel a la camisa
desabrochada más blazer,
uniforme del plantel de
funcionarios de Cambiemos.

ʘ Con un estilo personal
referenciado en el concepto
de equipo, juró lealtad al look
de traje gris, camisa celeste y
zapatos beige.

ʘ Los básicos de su
guardarropas informal son
los jeans y la campera
inflable que puso de moda
Lázaro Báez.









































viernes, 14 de octubre de 2016


UN MAL HUMOR DEMOCRÁTICO

Hay gente que piensa en conceptos como “democracia” o “justicia”, integrándolos de una manera que pareciera otorgarles vigencia real dentro de las pautas sociales. Y así como les consta que por dentro de sus venas corre sangre, y por eso se mantienen vivos, piensa que en cualquier circunstancia rigen tales supuestos valores.

De tal manera, se tiende a suponer entonces que tal selección es “la que desea la mayoría” y por lo tanto es “justa”. Así, por ejemplo se llega a exigir que Messi integre sí o sí la selección, o que a tal personaje que no les gustan deberían ponerlo ya mismo preso.

Pero una característica innata del capitalismo vigente en todo el mundo, es que lo que emite nunca es ni democrático ni justo.

Alfred Nobel inventó la dinamita y se llenó de guita. Tanta, que cuando se dio cuenta de la cantidad de cadáveres que residían debajo de cada billete que juntaba (familiares suyos incluidos), decidió inventar esto de los premios. Que, por característica del sistema económico dentro del cual lo creó, le permitió el privilegio de juntar tanto dinero, que su fundación se transformó en un importante “emprendimiento de carácter privado” que regularía la entrega de distinciones que volvían acaudalados a quienes lo recibían.

Porque el premio Nobel es una entidad que entrega sus premios a quien quiere, cuando quiere y cómo quiere. No nos consulta para conocer quién nosotros consideramos que lo merece, o por qué. Como no nos consultan para entregar ningún premio que se otorgue sobre la tierra, sea el Oscar, el de Cannes, la Copa del Mundo o el Martín Fierro.

Ni democracia, ni justicia. Como sucede con la naturaleza, solo basta con observarla: maravillarnos con la suave brisa que nos acompasa o irritarnos y compadecernos cuando un huracán nos arrasa.

Moraleja: ¿a qué viene discutir si a Bob Dylan le corresponde o no recibir el Nobel de Literatura? Como dice mi amigo Cacho Martínez: “ya sé que el Porsche que me compré es lujo, ostentación y despilfarro, pero lo compré con mi plata, y con la plata hago lo que yo quiero”. Channnnn.